Wednesday, August 26, 2015

de vikingos, mierdas de vaca y cambios de década


Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj, Julio Cortázar.

Cuando el martes pasado, bajé del autobús en el que iba montada en mitad de una carretera oscura rodeada de bosque, no esperaba encontrar a una mujer de tez oscura y pelo increíblemente negro esperándome con un BMW verde bosque. Erandi, el noruego con el que supuestamente me había estado intercambiando mails las semanas previas, resultó ser una mujer de Sri Lanka. 

Decidí venir a hacer wwoofing a Noruega porque necesitaba un respiro de Madrid y la primera granja en la que aterricé a trabajar es ésta: Astrun Farm. La granja está frente a un lago y rodeada de bosque. Encontrarme a Erandi no fue la única sorpresa nada más llegar, la segunda fue el maravilloso despertar al día siguiente limpiando el establo con 3 vacas, un toro, 5 patos y unos 15 pollos y gallinas. Gloria nada más levantarse. Me hubiese encantado que mis pituitarias tuvieran algún tipo de atrofia para evitarme el olor, pero parece que funcionan a la perfección. Simplificando os confesaré que si me dieran a elegir entre cortarme un meñique del pie o seguir limpiando establos, elegiría la amputación, está demostrado científicamente que los futuros humanos nacerán sin ellos. Increíblemente, también os diré, que a todo se acostumbra una así que al tercer día de levantarme y desayunarme con mierdas de animales varios -y no únicamente la mía - todo me parecía más fácil.

Limpiar el establo no ha sido la única tarea en esta semana, también hemos regado el huerto, recolectado tomates y calabacines, hecho pan (soso como él sólo), plantado lechugas, recolectado lechugas, secado plátanos y empaquetado todo tipo de vegetales secos. Día tras día, cada uno ha sido más fácil que el anterior, aunque todos duros físicamente. 

El domingo llegó la entrada en una nueva década para mí, un mercado de agricultores orgánicos locales, un baño maravilloso en un bello lago  y una merecida cerveza, eso sí de lata y a un precio desorbitado. That's that. Si no querías quemarte los pies, no haber salido de casa. Como dicen los birmanos.